Hay quien debido al peso excesivo de sus heridas se siente incapaz de ver el sufrimiento de los demás. La marca de los traumas originados por los malos tratos o el abandono, genera una cicatriz que se infecta, que no sana y donde a veces, termina surgiendo la agresividad.
La herida abierta conforma a veces un abismo infectado por el resentimiento, la ira y la vulnerabilidad. Lo experimentan una parte de esas personas que han sido víctimas de abusos, abandonos o malos tratos. La marca de esas vivencias y la incapacidad para sanarlas genera a menudo que proyecten ese malestar profundo en los demás, evidenciando a veces comportamientos desadaptativos.
Cada cual lidia con el dolor a su manera, con mayor o menor habilidad. Sin embargo, hay quien lo hace de la peor manera posible: con agresividad. ¿La razón? Hay perfiles en quienes se conjugan de pronto varios factores determinantes. Por un lado, está la gravedad del trauma vivido; por otro, los recursos sociales y de apoyo de los que disponga la persona, así como determinados factores biológicos y hasta genéticos.
Ahora bien, el más determinante es sin duda el factor personalidad. Sabemos, por ejemplo, que ciertas personas caracterizadas por un narcisismo reactivo usan su dolor como arma arrojadiza. Su identidad de víctima, y el peso de un pasado de maltrato, los convierte a menudo y casi sin quererlo, en verdugos camuflados. Son personas que no pueden controlar el impulso de represalia y proyectan su ira hacia los demás de diferentes maneras.
«El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional». -Buda-
Cuando la herida abierta de un trauma trae la agresividad
El concepto de ‘víctima’ con tal suele ser a menudo muy discutido. Algo que debemos entender en primer lugar, es que no todo el mundo hace frente a los traumas de la misma forma. Hay quienes gracias a sus recursos psicológicos o al buen apoyo recibido afronta con efectividad un hecho dramático desligándose en poco tiempo de su identidad de víctima.
Otras personas, en cambio, integran durante gran parte de su vida ese daño, esa herida abierta que, de algún modo, va dejando más y más secuelas. El trastorno de estrés postraumático por ejemplo, es uno de esos efectos. Ahora bien, la pregunta que nos puede venir a la mente es por qué sucede esto. ¿Por qué razón hay quien lejos de superar ese hecho doloroso del pasado lo lleva consigo como una carga?
Más aún ¿existe alguna explicación por la cual una persona expuesta a eventos traumáticos llegue a reaccionar de manera desadaptada o violenta en algún momento? En la Universidad de Monterotondo, Italia, llevaron a cabo un interesante estudio dirigido por el doctor Giovanni Frazetto para analizar esto mismo.
Los datos que se obtuvieron fueron los siguientes.
Traumas tempranos y el gen MAOA
Según este trabajo llevado a cabo en 2007, estar expuestos a determinados eventos negativos durante nuestros primeros 15 años de vida suele dejar una marca evidente en nuestro tejido emocional y psicológico. Ahora bien, mientras algunas personas tendrán mayores probabilidades que otras a la hora de superar o afrontar estos hechos, otros presentarán cierta dificultad.
En este último grupo se encuentran las personas con el gen MAOA, ligado sobre todo al género masculino.
Dicho gen se asocia a su vez a un fenotipo comportamental muy concreto, el de una mayor agresividad.
Por tanto, algo que pudo verse en el estudio es que los niños que habían crecido sin algún progenitor, que habían sido descuidados, recibido maltrato o crecido en un entorno con problemas de alcoholismo, evidenciaban llegada la edad adulta comportamientos más agresivos y antisociales.
También se asociaba, además, a una mayor inclinación al abuso de drogas, así como a una clara dificultad para establecer relaciones sociales y afectivas sólidas y significativas.
La herida abierta y la vulnerabilidad que nos impide percibir el dolor ajeno
Una herida abierta es un problema sin resolver que nos va engullendo cada día más. Es un modo de cronificar la identidad de víctima porque nos definimos básicamente no por lo que hacemos hoy, sino por lo que nos sucedió en el pasado. Hay quien queda tan atrapado en su vulnerabilidad, en la ira reprimida, en el miedo que no deja respirar y en el peso del recuerdo que, casi sin darse cuenta, desarrolla ‘ceguera emocional’.
Deja de ver y percibir realidades emocionales ajenas a las suyas. Esa falta de empatía deriva de la propia herida abierta, de ese trauma que genera cambios en nuestro cerebro y que de algún modo, termina modificando la personalidad. Lo más complicado de todo ello es que en algún momento, quien se siente víctima puede convertirse en verdugo.
Lo hace por ejemplo el adolescente que sufre maltrato o abandono en casa, y evidencia comportamientos violentos en el instituto.
Lo hace también la persona que en ciertos momentos se siente tan vulnerable e indefensa que reacciona de manera desmedida para defenderse.
La herida abierta puede hacer que uno termine entendiendo la violencia como una forma de lenguaje. Si de niño fuimos testigos o víctimas de comportamientos agresivos, es probable que en la edad adulta terminemos aplicando esos mismos modelos.
Heridas abiertas y traumas ¿cómo se tratan?
A día de hoy, el enfoque más idóneo para el tratamiento de los traumas es sin duda la terapia cognitivo conductual enfocada al trauma. Esta herramienta cuenta además con una gran bibliografía científica que avala su eficacia (Echeburúa y Corral, 2007; Cohen, Deblinger y Mannarino, 2004).
Por otro lado, contamos también con la terapia de aceptación y compromiso(Hayes, Strosahl, Wilson, 1999, 2013). Se trata de un tipo de terapia cognitivo conductual de tercera generación donde se busca reducir la ansiedad y el miedo para manejar mejor las situaciones amenazantes.
Asimismo, y no menos importante, es necesario trabajar el manejo de la ira en caso de que esta ya haya hecho acto de presencia. Algo así empieza a evidenciarse incluso en la infancia. Se sabe, por ejemplo, que cerca del 45% de los niños que son testigos de la violencia familiar presentan problemas de conducta.
Tras la herida abierta hay ansiedad, hay tristeza, rabia y una serie de imágenes mentales que no podemos borrar. Este tipo de realidades tan dramáticas deben ser tratadas por profesionales especializados. Nadie merece vivir un presente donde el sufrimiento apague su potencial para ser feliz.
Si además tienes dudas de cómo hablar de este tema en familia no dudes en contactarme:
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